Hubo un tiempo en el que soñamos.
Eran los primeros años de vida de internet, una novedad que venía a traernos enormes posibilidades de información y comunicación.
No tardamos, los idealistas, de los que sin dudas un veinteañero como yo en aquel entonces era uno en tal rebaño, en comenzar a soñar con el fin de la narrativa única y controlada de los medios tradicionales como la televisión o la prensa, que para aquel entonces ya era clara para la gran mayoría de ciudadanos de a pie.
Con internet soñabamos con información libre, con la que poder utilizar las cámaras y conexiones 3G de nuestros móviles para mostrar al mundo acontecimientos desde unos ojos menos sesgados y más espontáneos, con los que no tardamos en ver su fuerza en acontecimientos que los medios vendian de cierta manera que quedaba en entredicho con diferentes vídeos que demostraban una historia diferente a la que uno podía leer en las portadas de los principales medios de comunicación.
La crisis del 2008 fue quizás la cúspide en ese sentido, en la que se llegó a crear una fractura social entre la ciudadanía y los políticos. En España eso propició el surgimiento del denominado 15M, con el que todo el país se echó a la calle reclamando cambios a los políticos.
¿Habían perdido los gobiernos el monopolio de la narrativa? Bajo mi punto de vista sí, la perdieron por un tiempo.
Hoy en 2024 las cosas son muy diferentes. ¿Hay que reconocer la derrota ciudadana? Para mí sí, una derrota sin fisuras que nos ha llevado a una narrativa incuestionable.
Les ha requerido unos cuantos años, unas cuantas leyes y unos pocos decretos. La autocensura está asumida, hay miedo al castigo, a ser cancelado.
¿Hemos perdido la capacidad? No. Al contrario, tenemos más tecnología, información y comunicación que antes, pero nos contentamos con la narrativa única, aceptamos la cancelación y ajustamos nuestro discurso con palabras monetizables.
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